Verde oscuro

Conocimos a Verde en la noche del tres de Mayo de hace más de veinte años. Estaba en cuclillas, llorando en soledad, en una esquina de la callejuela detrás de nuestro bar de siempre. Lloraba, y golpeaba la pared en la que se apoyaba con sus finos dedos. Los dedos de Verde siempre me han llamado la atención.
Max fue quien se aventuró a preguntarle su nombre. Había visto a Verde porque había salido fuera a fumar, y quiso ayudar. Parecía una oveja perdida cuyo pastor se había ido de juerga y, por supuesto, nos dió pena. No me acuerdo de su nombre, pero Verde se le quedó por el color llamativo de sus ojos.

Sin duda, eran los ojos más verdes que habíamos visto jamás: parecían de cuento de hadas.

Invitamos a Verde a levantarse, primero, y luego a sentarse con nosotros. Al principio se hizo un silencio sepulcral: parecía que todo el bar estaba en silencio, expectante por saber qué le ocurría a Verde. Y, sin que nadie lo pidiera, nos empezó a hablar.

Su voz era suave pero firme. Al principio miraba sus manos, apretadas sobre la mesa, como si estuviera amasando algo. Después, sus ojos comenzaron a brillar. Con cada palabra, parecía reafirmarse en su persona.

¿Sabes cuando decimos que una persona nos cuenta su vida, refiriéndonos a que habla mucho y es muy pesada?

Verde consiguió que todos en el bar escuchasen su historia. Sin embargo, no era una normal. Verde empezó a resplandecer como si fuera algún tipo de juguete que brilla en la oscuridad. Pasamos de ser los que intentaban ayudarla haciendo que hablase a quedar fascinados por cómo ella nos contaba sus historias, intentando que nos resultasen entretenidas.

No dijo ni una sola palabra que fuera verdad; eso lo sabíamos todos. Pero nos habló de la magia, del sonido de las olas del mar, de los elefantes rosas, de las flores de invierno y del lugar donde van a parar todas las pestañas sopladas.

Sembró inquietudes y nosotros nos dedicamos a comentarlas. Y, de repente, de un momento a otro, no estaba. Se había ido, dejándonos debatiendo sobre el sitio de residencia del ratoncito Pérez.

Aquella noche, nosotros habíamos querido ayudar a Verde, pero, al final, Verde fue quien realmente nos ayudó a nosotros.

Nunca más volvimos a ver a Verde.

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